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Nunca te he visto, ni te he olido, ni te he abrazado, ni he cruzado una palabra contigo- pensaba ella recurrentemente- pero la necesidad que tengo de tí me ahoga, me sofoca y no encuentro la salida.

Nunca te he visto, ni te he olido, ni te he abrazado, ni he cruzado una palabra contigo- pensó él de una forma un tanto incierta- pero siento como a diario escudriñas mi mente, intentas entrar a fuerza en mi caudal de pensamientos y te seré sincero: esto me molesta y me molesta mucho.

Solo necesito saber si acaso tengo una oportunidad, por minúscula que sea, de ocupar por un instante, conscientemente, tu mente - pensaba ella insistentemente.

Ni siquiera siento decirte que eso es imposible - pensó él nuevamente, extrañado de estar hablando con nada y sintiendo una imperiosa necesidad por contestar, por revelarse contra eso que intentaba instalarse en sus pensamientos- no existe una sola, minúscula probabilidad de que yo repare en tí. Olvídame.

No puedo - contestó ella, visiblemente nerviosa porque intuyó que estaba haciendo contacto con él- no me puedo resignar, sé todo lo que nos separa, sé que nada nos une, solo esta obsesión que crece a cada momento, solo pido una oportunidad, solo quiero sentirte una vez, solo una y te prometo que nunca más sabrás de mí.

Nunca -dijo él, en tono molesto- precisamente el tono lastimero, autocompasivo y lacrimoso de tu discurso me pone en alerta para alejarme de una vez de quien quiera que seas. Olvídame, deja de molestarme y ocupa tu mente en otra cosa tangible, yo no soy lo que buscas, creéme.

Está bien- dijo ella- dejaré de intentar entrar en tu mente, pero no prometo olvidarte, siento que te conozco de hace tanto tiempo, que en cierto modo me perteneces, y yo no tengo que decirlo, supongo que lo adivinas, soy tuya y así será hasta que me muera. Es inevitable incluso para mí.

Bah- contestó él, en tono despectivo- ese argumento tan sobado lo he escuchado tantas veces que ya ni gracia me causa. Me desconecto de tí. Esta es la última vez que bajo la guardia tanto como para permitirte entrar a mi mente. Fuera!.

Ella se retiró, ni una lágrima salió de sus ojos nublados de dolor. Su voluntad férrea le permitió seguir divagando alrededor de él, por él, para él. Así eran sus días nublados, terrosos, soñando con imposibles, viviendo irrealidades.

El? ese día despertó de la pequeña siesta que tomó al quedarse dormido mientras leía un panfleto del 68. Un ligero malestar, sed y ganas de salir a tomar aire fresco. No recordó nada de lo sucedido, pero luego al dirigirse al centro comercial a comprar algunas cosas para su alacena, vió un anuncio de shampoo con una modelo de espaldas mostrando en todo su esplendor una cabellera negra brillosa, sintió un extraño desdoblamiento mental que por un instante hizo germinar una alentadora esperanza en ella. Ya estaba impostada la semilla en su mente.